La cultura occidental moderna es en la actualidad principalmente urbana, esto significa que nos encontramos muy desconectados de los ciclos naturales y por ende de la forma de obtener todo lo necesario para nuestra vida por nosotros mismos, como alimentos sanos, vivienda y energía. Por otro lado; el aumento del estrés en las ciudades, cada vez más grandes, está llevando por primera vez en siglos a muchas personas a un cambio total de la forma de vida. Este deseo se materializa en un anhelo cada vez mayor de “volver a la tierra”. Sin embargo, esta travesía es en muchos casos romántica y dificultosa. Cuando el cambio no es encarado de una forma realista y metódica puede terminar frustrando a los soñadores y generando proyectos que muchas veces fracasan o consumen toda nuestra energía. Observamos que el cambio es posible, que tomándolo lento pero pacientemente se gestan hermosos proyectos de índole rural, urbano o “mixtos” familiares o comunitarios que creemos serán una alternativa fuerte al modo de vida materialista actual.
Dentro de las posibilidades antes mencionadas, el plan de tener una finca o chacra autosustentable en la que se produzcan los alimentos para la familia y/o comunidad residente de un modo amigable con el ambiente es un componente basal en todo proyecto de transición.
Con la idea de aprender de las experiencias prácticas y concretas de autosuficiencia en diferentes ecosistemas y culturas emprendimos 3 meses atrás un viaje por nuestra Latinoamérica. Así llegamos a Samaipata, Bolivia para trabajar en forma voluntaria en la finca Chorolquemanta, ubicada en las afueras del pueblo antes mencionado. El proyecto es dirigido por Andrés, un holandés casado con Dora una Samaipateña. La finca de 12 ha de extensión se encuentra en una ladera de importante pendiente con una vista sorprendente al Parque Nacional Amboró y lleva apróx. ocho años en actividad. Cuenta con producción de variadas aromáticas, hortalizas y otras plantas comestibles de la región andina, árboles frutales y animales como gallinas y patos. En cuanto a las construcciones, se encuentran 4 viviendas, una de uso personal de los dueños, una para los voluntarios y dos más en construcción para rentar en un futuro y para uso de voluntarios también. Varias de las casas cuentan con cocina y/o baño y lugares para dormir. Los baños en actividad y proyectados son secos.
Juan, un argentino residente de la finca que comenzó como voluntario, junto con Andrés son los principales responsables de marcar los lineamientos y el desarrollo del lugar. Pero, lo interesante del proyecto es que se mantiene casi íntegramente de trabajo voluntario, ya que Andrés reside en Samaipata junto con Dora; y durante nuestra residencia allí han pasado entre 5 y 9 voluntarios en simultáneo. Entre todos se realizaban los trabajos necesarios, que fueron principalmente durante nuestra estadía, de construcción para mejorar las viviendas.
Por otro lado, a pesar de que la finca se encuentra dentro de una comunidad agrícola con producciones activas en forma tradicional sin agrotóxicos, notamos que la producción dentro del lugar no llegaba a abastecer los requerimientos de frutas y hortalizas de los residentes estables y temporarios. Además patos y gallinas no parecían estar en un lugar muy cómodo por lo cual no ponían huevos y algún que otro animal caía bajo los dientes de los perros. Hubo un intento de producir cuises, carne de consumo típica de la región, pero murieron creemos por el intenso frío. Sumado a esto encontramos que los árboles frutales tampoco producían demasiado o enfermaban hasta que algunos llegaban a caerse posiblemente a causa de los extremos vientos presentes en la zona. Por otro lado, se vivía una atmosfera de convivencia muy rica de intercambio durante las jornadas de trabajo y esparcimiento entre los residentes y voluntarios.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia del diseño, etapa de trabajo previo al hacer concreto, que implica una relación, conexión y conocimiento del sitio a lo largo de al menos un ciclo solar completo. Durante ese período de tiempo necesitaremos reconocer las necesidades del sitio y recolectar información sobre las especies y formas tradicionales de producción en el área. Así sabremos que cultivar y donde y poder disminuir poco a poco las pérdidas de energía hasta lograr la retroalimentación del proyecto. El diseño también contempla la interacción de los cultivos con los animales y otras fuentes de energía y dinero (ej. viviendas, voluntarios, turismo, venta de excedentes, etc.). Si el diseño es correcto en un tiempo de aprox. 6-8 años, tiempo en que tendríamos un bosque de energía y de alimentos que produzca, se podría alcanzar los objetivos de autosustento programados.
Si los directores, aquellos que observan el sitio desde sus inicios, no son residentes permanentes de las fincas, puede desencadenar una distorsión del diseño y requerimientos del lugar. Elementos que los residentes temporales (voluntarios) no cuentan. Por otro lado, recibir voluntarios posibilita el flujo de viajeros y peregrinos con ganas de intercambiar saberes. Por lo tanto, es necesario tener pautas claras para posibilitar el correcto funcionamiento del emprendimiento. Es decir, sin una dirección fuerte que aproveche la fuerza de trabajo de los voluntarios, recibir personas por corto tiempo puede ser un inconveniente en lugar de una ventaja.
Más info:
http://www.andorinasamaipata.com/espanol/voluntario.htm
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