miércoles, 25 de junio de 2014

Casa-escuela, un modelo de vida más integrador


Hoy elegimos vivir un momento de transición y como tal nos cuestionamos los patrones de vida actuales que han llevado al deterioro social y ambiental. Actualmente se considera la vida en la ciudad prácticamente como la única y “más avanzada” forma de vivir, pero a su vez esta se vuelve cada vez más monótona, rutinaria y desintegradora. Por otro lado, cada vez es más difícil y frustrante alcanzar los estándares de vida que se nos “exige”, objetivos a nuestro parecer erróneos cuando se basan en valores materialistas, productivistas y competitivos. Estos “valores” sociales se amalgaman y asientan bajo una aceptación de masas donde el sentimiento de pertenencia es en muchos casos más fuerte que el de nuestros propios deseos. Por suerte, hoy en día, estos viejos principios comienzan a desmoronarse y vemos con alegría que muchos elijen y se animan a vivir sus sueños; más allá de alcanzar bienes materiales, status sociales, títulos académicos, etc.

Una búsqueda incesante y casi obsesiva dentro de la ciudad es poseer una vivienda propia, en muchos casos sin importar pagar créditos por varias décadas por una vivienda pequeña, demasiado vieja u oscura; mientras que otros la obtienen sin esfuerzo, o sea sin un mérito propio real. Observamos que nuestro derecho natural es contar con espacio suficiente, plantas, animales, sol, agua limpia; elementos fundamentales para ser felices y que ya existe en abundancia suficiente para todos. Con estar cerca de la naturaleza, sin hacer nada, nuestro humor mejora, nuestra salud se fortalece generando a veces sonrisas radiantes como hemos visto en la isla del Sol, en el cerro Roké, en pequeñísimos pueblitos del altiplano boliviano; donde no abunda lo material, pero lo natural tiene una fuerte presencia, más fuerte que nuestra mente y sus deseos.

Luego de cortar con nuestra rutina “tradicional” en materia de estudios, familia y sociedad nos lanzamos por fuera de lo conocido a vivir nuevas experiencias, más allá de las creencias propias y/o ajenas. Dándole un mayor protagonismo a lo que sentimos que al juicio que la mente hace con cada cosa, situación o acción.  Ya con nuestras alas desplegadas, con nuevo aire y energía, con el menor prejuicio posible vamos observando diferentes propuestas de vida, familias y comunidades que nos despiertan belleza por su trato con otras personas y la naturaleza. 
En esta fascinante peregrinación llegamos a Areguá, Paraguay donde conocimos el proyecto de la bio-escuela popular de artes y oficios El Cántaro a cargo de Joe y Gustavo. Allí compartimos 15 días de trabajo voluntario donde pudimos interiorizarnos un poco en la visión de esta entusiasta pareja. El proyecto se basa en la educación no formal, cuenta con una medioteca (construida en forma de cúpula sin columnas color tierra cruda de 75 m2) donde se realizan talleres de teatro, música, computación, etc. sin costo para los asistentes, principalmente niños y adolescentes. Pegado a la mediateca se alza el Ogá Guazú (casa grande) de cerca de 200 m2 construido en tierra y materiales reciclados por Joe, Gustavo, los alumnos de la escuela, sus padres y otros voluntarios. Un baño curvo, un punto de compostaje y una huerta jardín en su entrada coronan el terreno en un lote cercano al lago Ypacaraí. Por otro lado, en el centro de la ciudad, la familia cuenta con una galería de arte como fuente de financiamiento y en las afueras su hogar de residencia.

Nuestra experiencia vivida en Areguá nos trae la idea de casa-escuela que tanto hemos discutido y reflexionado en encuentros de transición y que nosotros mismos tratamos de copiar en nuestra vida diaria antes de emprender esta etapa viajera. Consideramos que lo que somos es inseparable de lo que hacemos y que la idea de fragmentación entre lugares de trabajo, vivienda o esparcimiento es sólo una forma que ha ganado aceptación en la vida moderna; pero que genera grandes pérdidas de energía en cuanto a transporte, tiempo, tensión, dinero y más. ¿Por qué no pensar en un todo integrado donde poder hacer realidad nuestro trabajo: lo que más nos entusiasma, fundido al lugar donde residimos solos, en familia o en comunidad? ¿Por qué no pensar una forma de vida en conjunto con objetivos no sólo personales sino grupales y comunales? De esta forma, es más fácil conseguir los recursos materiales e intelectuales para hacer realidad los proyectos, ponerlos en práctica, aprender y brindarlos al entorno. Si el proyecto es apropiado la ayuda llega, ya que todos queremos que sea realidad.

Pensamos que los proyectos de transición del tipo casa-escuela, quizás más propicios para zonas urbanas/periurbanas, deben contar con tres pilares. Por un lado, una parte del espacio y del tiempo que es destinado a los cuidadores del proyecto, o sea la parte casa, donde reside la/as familia/as o grupo que lo sostiene/n. Por otro lado, el espacio-tiempo escuela donde se hará realidad el proyecto en sí, lugar donde se realizaran los bienes o servicios por el cual se ha ideado el proyecto. Finalmente, una arista fundamental en modelos de transición es considerar un espacio-tiempo para la autosuficiencia de alimentos, agua y energía en forma ecológica y respetuosa con el fin de minimizar la dependencia de insumos externos. Lo importante es lograr el equilibrio entre estas tres partes sin descuidar ninguna de ellas, ni pensar una supremacía de una sobre otra/s.

Como vimos en El Cántaro, existen diversas economías para hacer realidad y sostener estos proyectos. Incluyendo trabajo voluntario, individuos y entidades que apadrinan los diferentes talleres, venta de arte, producción de alimentos, construcción con elementos disponibles, etc.; además de ser hogar de voluntarios. El desafío mayor quizás sea unir los cabos sueltos (por ejemplo: el mantenimiento de más de un espacio, más de una vivienda, etc.) para que las fugas de energía sean mínimas y lograr así más tiempo libre, tranquilidad y disfrute entre sus integrantes.  
Dentro de la infinidad de posibilidades que existe podemos elegir una vida centrada en objetivos para nuestro beneficio individual o brindar nuestros saberes e ideas para la alegría y el bienestar mutuo. Lo primero conlleva un constante esfuerzo, autoexigencia y agotamiento físico o emocional. Lo segundo también lleva trabajo, pero no es un trabajo como tal, porque es divertido, desafiante y se apoya con el entusiasmo y la fuerza del grupo. No es solo para nosotros, también es para compartir; no es únicamente propio, es de todos. Si vamos por el camino correcto al final del día quizás nos sintamos cansados, pero estaremos sonrientes y satisfechos.



Más info: 
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