Estamos tan distanciados de la naturaleza que ya ni la
recordamos. Sobre todo en las grandes ciudades donde pasamos la mayor parte del
tiempo en ambientes sin o con escasos elementos vivos, y ni siquiera lo notamos!
Nos hemos desconectado de nuestro entorno, el ambiente no es más que un espacio
de transición entre habitaciones. La habitación del trabajo, de la casa y una
habitación con ruedas llamada auto.
Al igual que los animales silvestres que pasan a vivir en
cautiverio, comenzamos a estresarnos y domesticarnos. El ambiente, que
determina como nos comunicamos con lo que nos rodea; al ser hostil, duro, feo e
inerte comienza a condicionar nuestras respuestas hasta apagar casi
completamente nuestra espontaneidad.
Luego de varias generaciones de “urbanos”, ya ni recordamos
nuestro origen, fue perfectamente tapado por cemento, publicidad y rutinas principalmente
artificiales. Nos parece que hacemos infinidad de cosas a lo largo del día, pero
en realidad apenas nos movemos dentro de un pequeño cuarto o frente a una
computadora. Nuestro cuerpo se recude a un sostén de nuestro cerebro y nuestras
manos. Nos duele la espalda.
Nuestra vista ya no recorre largas distancias, no recuerda el
horizonte y en muchos casos ya no enfoca. El uso de anteojos se ha vuelvo habitual.
Ya no recordamos los sabores naturales, las texturas y los olores. Nuestro estómago
no es más que un sumidero de productos artificiales.
Sin embargo, la ciudad al ser sólo una pequeña parte del
sistema natural, permite que la Naturaleza se asome y se manifieste a través de
lo que para nosotros es caótico y descontrolado. Porque nos parece así la Naturaleza?
Porque es mucho más compleja que las ciudades y no logramos entenderla. Nos
provoca miedo y por eso tratamos de aplacarla.
La simplificación de lo artificial está tan expandido que
hasta los espacios verdes urbanos poco varían de césped “corte militar” y algunos
árboles, generalmente que han perdido su forma natural debido a podas
incorrectas, plantados en línea recta. Peor aún es que este modo de “industrializar”
nuestro entorno se ha expandido al campo, monocultivos en líneas rectas
rociados con veneno, y más allá donde ya es casi imposible encontrar paisajes naturales
o espontáneos.
La Naturaleza engloba a todos los seres y por ende a nosotros
también, posee su propio equilibrio y balance por lo que no necesita de nuestra
intervención para existir ni para funcionar debidamente.
Sin embargo, pensamos que todo debe estar bajo control, es el
lema de nuestro modo de vida. Si algo es descontrolado, se lo debe controlar!
Este razonamiento hacia nuestro ambiente se traslada hacia nuestro ser. Donde
todo lo espontaneo e improvisado en nosotros es “podado”, “mutilado” y ocultado
de la vista de los demás. Esto lleva a la homogeneización de la cultura (monocultura,
globalización, pérdida de la diversidad cultural), monocultivo (pérdida de la
diversidad biológica), desvaloración del arte, represión, adoctrinamiento, sumisión
y miedo1.
Nos identificamos principalmente con la razón. Pero como no somos únicamente razón, ni siquiera somos principalmente razón; nuestra parte espontanea, intuitiva y emotiva nos asusta. Esto genera personas estructuradas, organizadas, nerviosas; pero poco naturales! Sólo somos la cáscara de lo que podemos ser.
Sin embargo, lo espontaneo no se puede reprimir y en algún
momento sale a la luz. Las fuerzas naturales se expresan en la ciudad a través de las
plantas que crecen donde “no deben”, malezas resistentes, selváticos baldíos,
árboles que levantan veredas y tapan desagües, aves que se hacen plaga como las
palomas y torcazas, que tapan de excremento monumentos públicos y hasta
polillas que nos comen la ropa! Todo eso es imposible de aceptar y le desatamos
la guerra! Todo debe estar bajo control.
Pero qué pasa con nosotros mismos/as? Todos/as fuimos espontáneos
(o sea niños/as), pero poco a poco nos volvimos gente seria (o sea, adulta),
civilizada. Podemos hablar muy bien,
comemos con cubiertos, pero ya no somos capaces de aprovechar prácticamente nada
de nuestro entorno. No sabemos conseguir alimento, agua, vestimenta, ni
vivienda de la Naturaleza. Claro que con el intermediario del dinero podemos
hacerlo fácilmente y somos muy hábiles y ni hablar de dominar la tecnología,
podemos escribir en PC o mandar SMS a la velocidad de la luz. Pero muchos nos
asustamos de una minúscula arañita o, más aún, si nos soltaran en medio de la
Naturaleza, dudo que muchos de nosotros lográramos sobrevivir más de algunas
semanas.
Lo bueno es que seguimos siendo parte del gran sistema
natural, sólo debemos desprogramarnos. Volver a ser espontáneos poco a poco
como los niños/as, animales y plantas. Volver a sentir, volver a vivir como un
todo involucrando nuestro cuerpo, mente y emociones. Trascender el paradigma
simplista y destructivo de la modernidad. La Naturaleza es infinitamente
generosa. No se trata tampoco de darle la espalda a nuestros avances
tecnológicos, sino crear un nuevo equilibrio. Todo está a nuestra disposición.
Dejar de tener miedo y ampliar nuestros horizontes. Dejar la ciudad por un
tiempo. Dejar de hacer. Observar y conversar con personas ligadas a la tierra
pueden devolver nuestra sensibilidad hacia lo vivo.
En última instancia se trata de nuestro valioso tiempo, de
nuestra vitalidad. Aceptar que no podemos controlarlo todo, casi nada! Y fluir
en la incertidumbre, con calma. Volver a adaptarnos al entorno y convivir con
él será nuestro gran desafía de éste siglo!
La charla se presentó en Velatropa, CABA. Junio 2013 |
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